Paco Colmenares
El Partido Verde ha presentado una nueva propuesta para modificar la Ley de Protección y Bienestar de los Animales de la Ciudad de México. Este 17 de septiembre se discutió por primera vez en parlamento abierto la propuesta de modificación al artículo 25, fracción V Bis, que establecería que quede prohibida la exhibición física de animales de compañía vivos en establecimientos mercantiles.
Un parlamento que, hay que decir, por extraña ocasión dejó prácticamente un consenso al menos en un punto: dejar la venta por internet como única opción es más peligroso que benéfico.
Los detractores ya tenían lista la carta gastada: “va a pasar lo mismo que con la ley de circos”, dijeron. Esa narrativa de que miles de animales murieron abandonados es tan simplista como conveniente para quienes nunca se han detenido a revisar los hechos. Pero, incluso si fuera cierta, el verdadero punto es otro: no basta con prohibir, hay que ejecutar bien. Los vendedores de mercados, veterinarios o criadores, inventaron escenarios hipotéticos catastróficos en donde “toda la economía mexicana se derrumbará si esta ley pasa” y se vicitmizaron con que “nunca los escuchan”.
Activistas, funcionarias -la Procuradora de PAOT y la Directora de AGATAN- así como científicas médicas o legales serias, dejaron más o menos claro que la venta podría cancelarse, pero eso no arregla mucho el problema si no se endurece el camino de la crianza.
Para el anecdotario, voy a reconocer que el representante de Petland -empresa insignia de esta modificación por las múltiples quejas recibidas recientemente y la clausura simbólica de una de sus tiendas- fue mesurado e inteligente, dejando la puerta abierta a ser revisados y re evaluados, mientras el abogado de Petco -que si bien no vende perros o gatos, pero sí fauna- mostró su preocupación por la imposibilidad de revisar a los criadores por internet, en lugar de defender el derecho a vender animales silvestres.
Y es que en el papel, aprobar esta ley sonaría como un triunfo. Cualquiera que haya visto el sufrimiento detrás de los escaparates, la sobrepoblación de perros y gatos en las calles o el comercio ilegal de fauna silvestre, podría pensar que por fin hay una buena noticia. Pero no nos engañemos: el problema no está en la vitrina, está en la raíz. Y mientras no toquemos esa raíz, todo lo demás son fuegos artificiales.

Trasladar el problema a internet
La propuesta lo que hace, en realidad, es trasladar la venta de animales de los locales físicos al terreno digital. Se acabó la vitrina, pero bienvenidos los anuncios en redes sociales y páginas web. Y yo pregunto: ¿cómo ayuda eso a los animales?
Los defensores dirán que así se reducen las compras por impulso. De acuerdo, puede ser que ya no tengamos al vendedor que en segundos te pone un cachorro en brazos, que te encierra en un cubículo para que te encariñes, que te ofrece meses sin intereses, que te recomienda “razas fáciles para principiantes”, o que convence a tu acompañante de elegirle nombre mientras otro cierra la venta contigo. Todo eso lo he visto, y lo digo con claridad: es manipulación emocional disfrazada de “servicio al cliente”.
Pero al llevar la venta sólo al mundo digital, abrimos una caja de Pandora: criadores invisibles, anuncios imposibles de rastrear, perros y gatos criados en condiciones de miseria vendidos desde la comodidad de un clic. ¿Qué es más sencillo para la autoridad: inspeccionar un local en un centro comercial o rastrear cientos de páginas fantasma en Facebook e Instagram?
El verdadero infierno: los criaderos
Repito: el sufrimiento no empieza en la tienda. Empieza en el criadero.
Ahí están las hembras explotadas, los cachorros descartados, las jaulas sucias, las combinaciones de color y tamaño que “no salieron bien”. Esos son los animales condenados a sufrir, aunque jamás lleguen a la vitrina.
Los mercados son un problema, sí, pero los verdaderos responsables son quienes los surten. Y no me refiero sólo a criadores de traspatio en colonias pobres: el clasismo hace pensar que el maltrato ocurre sólo ahí. No. También lo hacen los criadores de “razas de diseñador” que importan parejas desde Rusia o Sudamérica. Y peor aún: las puppy mills estadounidenses que ya empiezan a expandirse a México como si fueran cadenas de cafeterías.

La gran coartada
¿Quién ganaría con esta reforma? Los mismos negocios establecidos. Empresas como Petland podrían invertir en sus algoritmos, fortalecer sus redes sociales y olvidarse de inspecciones en tiendas físicas. Resultado: su negocio seguirá casi intacto.
Y aquí hablo sin rodeos: las tiendas me parecen negocios que caminan por la delgada línea entre lo legal y lo inmoral. Se sostienen en un argumento burdo: “si alguien lo va a hacer, mejor lo hago yo”. Y lo hace con una sonrisa, un uniforme limpio y un aparador de cristal. Pero en el fondo, es la misma explotación legitimada. Estas tiendas “establecidas” son apenas un poco mejores que los vendedores de mercado. Venden animales sin evaluar al nuevo tutor, los encierran en vitrinas que son cómodas de limpiar pero indignas para vivir, y empujan modas absurdas de razas híbridas (Pomsky, Shipoo, Labradoodle, Bulldog Big Rope, Maltipoo…) mientras no hemos logrado controlar ni siquiera la crianza responsable de las razas existentes.
Un falso avance
Lo que más me preocupa es esto: que esta propuesta se presente como un “gran logro” y después de aprobarse, todo siga igual. Peor aún: que el tema quede congelado durante años, porque ya se habrá marcado como la victoria definitiva para los animales.
Yo no me engaño. Sé que esta iniciativa, tal como está planteada, difícilmente cambiará la realidad. Y sé también que, si no tocamos la crianza, los mercados y a los criadores que lucran con la vida, todo lo demás es maquillaje.
Defendí y sigo defendiendo la ley de circos porque representó un cambio real. Pero en este caso, no puedo quedarme callado: las tiendas de animales, por más limpias y modernas que se presenten, son el rostro amable de una industria cruel. Y mientras la venta siga existiendo —en tienda, en internet, en mercados o donde sea—, lo único que estaremos haciendo es darle vueltas al mismo infierno.